​​​​​​​Introducción al proyecto
"La captura sigilosa de la luz" es un proyecto fotográfico que explora la relación entre la luz, el tiempo y el espacio a través de una mirada alternativa. A diferencia de la inmediatez de la fotografía moderna, esta serie propone una pausa, una meditación sobre cómo la realidad se construye no en un solo instante, sino a lo largo de un proceso de exposición y paciencia.
Metodología y técnica
Todas las imágenes de esta colección fueron tomadas con una cámara estenopeica (pinhole). Sin el uso de una lente, esta técnica permite que la luz se filtre a través de un orificio minúsculo para impresionar la película o el papel sensible. El resultado es una fotografía que se crea a través de largas exposiciones, lo que otorga a las imágenes una calidad etérea, un enfoque suave y una distorsión única que es inherente al proceso. De esta manera, cada fotografía es un registro de la luz acumulada, no de un momento fugaz.
Declaración del artista
Mi trabajo busca rendir homenaje a la naturaleza sigilosa y paciente de la luz. En lugares como Izamal y Mérida, la cámara estenopeica me permite capturar la esencia de la ciudad de una forma que trasciende la simple documentación. Es una exploración de lo que la luz nos revela cuando se le da tiempo para dibujar los contornos de la memoria y la historia, mostrando cómo los espacios urbanos, los monumentos y los detalles cotidianos son moldeados por el tiempo que pasa.
Una danza silenciosa entre la roca y la vida.
Con una paciencia milenaria, la luz traza los contornos de la naturaleza misma. Las raíces, como venas que se aferran a la piedra, revelan una batalla silenciosa contra el tiempo y la gravedad. A través de la mirada de la cámara estenopeica, el árbol no es solo un ser vivo, sino un monumento a la persistencia. La imagen captura la historia grabada en cada curva, mostrando cómo la vida encuentra un camino, de manera lenta y sigilosa, incluso en los terrenos más hostiles.
El abrazo de la vida a la piedra.
En esta toma, la estenopeica nos invita a una danza silenciosa entre lo orgánico y lo inorgánico. Las raíces del árbol, poderosas y tenaces, abrazan la roca con una fuerza que habla de años de paciencia y adaptación. La luz, filtrada y suave, acentúa las texturas rugosas de la corteza y la piedra, revelando la intimidad de esta unión. Es una imagen que celebra la resiliencia de la naturaleza y la manera en que el tiempo, sigiloso, esculpe formas de vida en los paisajes más desafiantes.
El tiempo suspendido en Izamal.
La mirada estenopeica nos deposita en el corazón de Izamal, donde el tiempo parece fluir con una cadencia ancestral. En primer plano, las siluetas de bicicletas, fieles compañeras de un día que se alarga, esperan. Más allá, la glorieta con la estatua del Fraile De las Casas se alza como un vigilante de siglos, mientras la arquitectura colonial de la ciudad se difumina suavemente bajo un cielo que presagia historias. La luz, paciente y difusa, revela la escena con una pátina de ensueño, transformando el paisaje en una memoria viva, una "captura sigilosa" de un instante que se estira hacia la eternidad.
Un rincón de tiempo en el Centenario.
En el corazón del parque, la luz se filtra a través de las ramas como un recuerdo que vuelve. La mirada estenopeica transforma el instante en un largo aliento, donde el tiempo se detiene en las texturas de la banca y la estructura del kiosco, sólidos testigos de un paso fugaz. Es una narrativa visual que no solo captura el espacio, sino la forma en que la luz, de manera silenciosa, esculpe las sombras y dibuja la memoria en un lugar que ha permanecido inmutable a través de los años.

Ecos de la ciudad.

La cámara estenopeica nos ofrece una vista única de la arquitectura, donde las líneas y volúmenes de un edificio evocan un pasado fortificado. El farol, solitario y erguido, se alza como un testigo de incontables atardeceres y amaneceres. La luz, dura y contrastada, modela las superficies y proyecta sombras profundas sobre el pavimento texturizado, revelando la quietud de un espacio urbano. Es una imagen que detiene el aliento del tiempo, transformando la escena en un eco visual donde la memoria se entrelaza con el presente.
El aliento de la historia.
La mirada frontal de la cámara estenopeica transforma a esta locomotora en un titán silencioso, un coloso de una era de vapor que hoy permanece inmóvil. Las texturas metálicas, desgastadas por el tiempo, contrastan con la suavidad onírica de la luz que se filtra y modela la escena. La imagen es una meditación sobre el poder detenido y la nostalgia de un pasado que, aunque ya no avanza sobre rieles, aún vive en la quietud de la memoria.
La historia grabada en el aire.
La mirada amplia de la cámara estenopeica nos invita a caminar por una calle de Izamal, donde el sol proyecta sombras largas sobre el empedrado. En lo alto de la casona colonial, una cruz se yergue, un testigo silencioso del tiempo que se acumula en las fachadas y los rincones de la ciudad. Los coches y los reflejos se mezclan con las texturas de lo antiguo, mientras la luz difusa, sigilosa, nos revela la vida cotidiana de un lugar donde el pasado y el presente conviven en un mismo instante.
El pasaje al pasado.
La mirada estenopeica nos invita a una travesía a través de las arquerías de Izamal. Las columnas de piedra, silenciosas y sólidas, nos sirven de marco para contemplar la inmensidad del convento, cuya imponente arquitectura parece desdibujarse en la distancia. El sol dibuja sombras largas en el patio empedrado, marcando el paso lento de un tiempo que se siente suspendido. Esta imagen es un viaje visual, donde cada arco es una puerta a la historia y cada grano de luz es un eco de un pasado que aún susurra en los pasillos del convento.
La memoria de un árbol.
La mirada estenopeica nos invita a la base de un árbol milenario, cuyas raíces, poderosas y expuestas, se aferran al suelo como si quisieran detener el tiempo. En primer plano, dos postes metálicos blancos marcan la entrada a un área de juegos, creando un punto de fuga que guía la vista hacia un espacio donde el follaje frondoso se alza como un techo natural. La luz se filtra en destellos, creando un contraste onírico de sombras y claridad, y recordándonos que cada árbol es un testigo silencioso de las estaciones, las risas y la vida que transcurre a su alrededor.
Entre piedras, crecer.
La mirada estenopeica se detiene en la base de un árbol cuya vida se abrió camino entre dos grandes rocas. La luz, difusa y etérea, ilumina la resiliencia en sus raíces, que se aferran a la tierra sin rendirse ante el obstáculo. En esta imagen, la naturaleza nos da una lección silenciosa: los problemas de la vida no impiden el crecimiento. Es una narrativa visual de fuerza y perseverancia, un recordatorio de que, incluso en los entornos más difíciles, es posible florecer y encontrar la paz.
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